Cada día usamos con nuestros hijos cientos, tal vez miles de palabras.
En cada una de nuestras expresiones elegimos, consciente o inconscientemente, cada una de esas palabras, con su calidad emocional, con su poder como alimento o cuchillo, con su capacidad para cuidar y amar o (algunas veces) destruir.
Las palabras puñal no solo destruirán a nuestros hijos, sino que si ellos/as no ponen remedio, si no hacen una revisión profunda de su infancia, seguirán circulando de generación en generación.
Las palabras puñal se guardan en un lugar tan oscuro de nuestro corazón que siempre están presentes, pasen los años que pasen. Incluso reaparecen al llegar a la maternidad o la paternidad, como un huracán turbio que estaba escondido.
Las palabras puñal necesitan limpiarse de dentro afuera, es el propio niño/a convertido en adulto/a quien se desprende de ellas después de un arduo trabajo interior.
Lo mejor, es que podemos ahorrarles una buena parte de ese mal trago a nuestros hijos/as (también unas cuantas terapias) podemos pararnos y pensar antes de decir las palabras que hieren, las palabras puñal.
Todos sabemos cuáles son, las hemos oído demasiadas veces de la boca de nuestros padres/madres o maestros. Han campado a sus anchas con una impunidad infinita. Son tan comunes que han pasado a ser parte de una tradición cultural, incluso de un imaginario colectivo.
Son esas palabras que a todo el mundo le duelen aunque finjamos que no. Son esas que algunos/as no soportamos escuchar ni de adultos/as.
Son, todos y cada uno de los adjetivos, en especial los negativos que no usaríamos nunca con un desconocido/a pero son el pan de cada día en muchas familias: llorón, egoísta, quejica, fea, abusón, idiota, tonto, vago, torpe, débil, desagradecido, estúpida, lento,…
Son las frases dichas (a veces de manera inconsciente) para minar la autoconfianza de los niños/as y/o causarles miedo (que no es respeto):
“Como vaya te vas a enterar”
“Eres insoportable”
“Como se lo diga a tu padre/madre”
“Porque lo digo yo”
“Sois todos/as igual de inútiles”
“No vales para nada”
“¿Quién te has creído que eres?”
“No pasa nada”
“Otra vez vas a llorar”
“Eres igual de cabezota que tu padre/madre/abuelo”
“Tú te callas que estoy hablando yo”
“Eres la única/o que da problemas”
“Algo habrás hecho”
“Siempre se hace lo que tú quieres”
“Tienes mucho cuento”
“Eso no te lo he enseñado yo”…
La lista es infinita.
Las palabras puñal no son golpes, pero hieren y duelen tanto o más que los golpes. Las palabras puñal generan odio, resentimiento, culpa, ira y rencor. Las palabras puñal -si son mayoritarias- inmovilizan y pueden dejar secuelas o causar trastornos y esto es importante reconocerlo.
Ninguna palabra puñal es inocua, pero cada vez tenemos la oportunidad de reflexionar y no pronunciarla.
Siempre tenemos la oportunidad de dejarlas (de una vez por todas) a un lado del camino y avanzar junto a nuestros hijos/as hacia el amor y la comprensión.
Siempre tenemos la oportunidad de pedir perdón si no lo hemos hecho antes.
Siempre la oportunidad de sanar a esa niña/o que fuimos, porque en el fondo es la herida la que ve nacer al puñal.
Y poco a poco las palabras puñal se sustituyen por palabras beso que nutren y acarician… y cientos de palabras beso salen de manera automática diariamente de nuestra boca.
Son aquellas palabras que sabemos que nos sientan bien y alimentan sonrisas.
Myriam Moya Tena
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